Uno. Entrando.
“Bienvenidos a la República Bolivariana de Venezuela” La última vez que vine el nombre del país no era tan largo (y el presidente de turno tampoco ponía su foto en la entrada del país). Hacía siete años que no venía a Venezuela. Una gran valla de fondo rojo y letras blancas adorna la frontera, y el presidente sonríe en ella.
Dos. En un restaurante al lado de la carretera, de noche y en medio de la nada.
- Pana, dame una arepa de jamón y queso, y échale mantequilla. ¿Cuánto es?
- Chamo, son diez mil bolívares.
El impacto económico de siete años de inflación me cayó en menos de un minuto. Yo alcancé a comerlas cuando costaban doscientos bolívares. Debo confesar que hasta viejo me sentí.
- Intermedio
Fuera de cientos de vallas muy parecidas a la de la frontera, carros lujosos de último modelo, comida cara y un centro comercial absurdamente inmenso cuyo parqueadero podría ser fácilmente dos veces la cancha de un estadio de fútbol, no hay mucho qué contar sobre el viaje hacia Caracas. Por eso, haré una breve elipsis cinematográfica hasta llegar a la ciudad.
Tres. En un centro comercial mientras yo caminaba con un helado en la mano.
- Coño ahora resulta que tú y yo somos mierda, ¿cómo te parece?
Eran dos mujeres que iban hablando fuertemente por los pasillos de un centro comercial. Estaban molestas. Una de ellas se acercó a mí, me habló, rió, y siguió su camino. El día anterior, el presidente había dado su famosa declaración, en cadena radial y televisiva, en la que expresaba su descontento con la pérdida de la reforma constituyente. Fue el chiste de la semana.
Cuatro. Antes del cambio
- Mamá, ¿cómo es que es la cosa? ¿media hora más o media hora menos?
- ¡No cambies el reloj! ¿No escuchaste lo que dijo la señora María? Eso es pura brujería de ese señor. ¿O si no, dime por qué hay que cambiar el reloj exactamente a las tres de la mañana? ¡Eso es un pacto que hizo!
Y el reloj de mi madrina se quedó así durante un mes.
Cinco. Con media hora de adelanto
- ¿Señor me puede decir la hora?
- ¿qué hora quieres? ¿la escuálida o la oficialista?
Ahora Venezuela tiene dos horarios.
Seis. En la Avenida México
Caminando por la calle encontré algo muy peculiar. Lo hallé en un puesto de un buhonero (vendedor de esos que tiran un mantel, ya sea de tela o plástico, en el piso y ofrecen toda una miscelánea ambulante para vender). Estaba en medio de camisas, gorras, relojes (de pulsera y de bolsillo), boinas, pañoletas y pines que portaban la fotografía del presidente o, en algunos casos, el rostro del presidente en alto contraste emulando al famoso diseño del Ché Guevara. Estaba ahí, en medio de toda esa mercancía oficialista. Sólo quedaba uno. Era un muñeco, muy al estilo de Max Steel, con el uniforme, la boina roja y hasta el particular lunar del presidente. Era idéntico a él. Pensé en comprarlo, pero el dinero me lo había gastado comiendo arepas.
miércoles, 4 de junio de 2008
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